Elegí Ingeniería Informática por eso de que me gustaban los ordenadores, y me la saqué sin mayor problema. Pero nunca me gustó. Disfruté mucho esa época, claro que sí, pero ese ciclo terminó en un pestañeo.
Y entonces, un día cualquiera, recogí el título, sin más, y a las 2 semanas, me convertí en un becario de traje y corbata sentado frente a una pantalla de ordenador durante 8 horas diarias. Y en ese momento, fui consciente de que mi libertad se había esfumado.
Llegué a odiar mi profesión durante los siguientes 12 años. No era lo que esperaba. Intenté que me enamorara, pero eso jamás sucedió. Salté de empresa en empresa y de equipo en equipo, deambulando y buscando mi sitio. E intenté emprender decenas de veces en busca de huida, pero fracasé en todas ellas. Hasta que, a mis 35 años, toqué fondo, y me convertí en un Zombie con Gafas con la Luz del Alma apagada. Me sentía raro, pues lo tenía todo, pero, sin embargo, no me sentía ni realizado ni completo ni plenamente feliz. ¿Por qué?
Y uno de esos días malos, por fin, vi la luz, y viví mi propia epifanía personal. Vislumbré mi camino con claridad: “las personas” (¡Se acabó la tecnología!) Y me reinventé. No fue inmediato, pero me formé, miré dentro de mí, me conocí y me reconocí. Y con todo ello, saqué una nueva versión de mí mucho más equilibrada, centrada y alineada con un Propósito de Vida que me devolvía la ilusión: mi Plan B.
Tardé un año y medio en dejar por completo mi profesión de Ingeniero Informático y mi carrera, y sin comerlo ni beberlo, volví a convertirme en becario, pero con 36 y 12 años de carrera a las espaldas.
Cinco años después de aquella mañana reveladora, mi Plan B se había convertido en mi Plan A, a tiempo completo...