En cierta ocasión, en primaria, el matón de la clase, que era mayor en edad y en contextura física, se entretuvo en derrumbar las construcciones que iban haciendo los demás niños con sus cubos. Pedro estaba muy ocupado en construir una torre lo más alta posible, cuando el matón se le acercó.
En cuanto lo vio, Pedro de inmediato comprendió sus intenciones.
Dirigiéndose a él, le dijo: -¡Qué grande y fuerte que eres! Ojalá yo fuese tan fuerte como tú.
- Te apuesto a que tengo más fuerza que nadie –respondió el matón.- Si quiero, puedo darte una buena paliza, tirar abajo tu torre y hacerte llorar.
- Espero que no lo hagas –contestó John.- Ya llegué muy alto, y quiero que mi torre llegue hasta el cielo.
El matón lanzó una carcajada, y con un fuerte puntapié hizo volar los cubos por el aire.
-¿Ves lo que hice?- dijo riendo.- ¿No te dije que podía derrumbar tu torre?
El pequeño Pedro también se echó a reír, exclamando: -¡Qué patada que le diste! ¡Los cubos volaron por todo el cuarto!
Después de reírse juntos un rato, Pedro volvió a elogiar la fuerza de su ‘enemigo’ y lo invitó a jugar con él. Los dos niños se sentaron juntos y al poco tiempo se los veía ensimismados en la construcción de una torre, más alta que la primera.
Pero no sólo eso: John era quien dirigía el juego y cuando le pedía a su compañero que le alcanzara alguno de los cubos que habían volado por el cuarto, éste iba corriendo a traérselo.
Pedro era una persona inteligente, ¿o una persona emocionalmente inteligente?